Entramos, y con el coraje o la
idiotez del que no sabe, nos atrincheramos y decidimos que aunque le
peguemos mal la vuelta debemos chocar con la pared para darnos
cuenta. Terquedad causada por la incapacidad de perder o sentirnos
solos. Pero seguimos intentando y a medida que el tiempo pasa, la
cara se amorata y se hincha de tanto porrazo. Y aún así seguimos,
diciendo que nuestro dolor es lo que hace válida esa búsqueda.
Pero por lo general, nos
metemos en laberintos ciegos que pueden perder nuestra vida, que de
hecho hacen presa de nuestro tiempo y nos avejentan, nos quitan
oportunidades, y nos encierran en un cuarto de miedos privados, de
utopías que no lo son.
Y lo peor de toda la
situación es que tarde o temprano tenemos que volver atrás, tenemos
que darnos cuenta de que perdimos, fracasamos. Y como si dos
elefantes se colgaran de nuestros párpados, nos aletargan y
encierran esa conciencia que en el espejo nos muestra a modo de
película, cuan idiotas fuimos, o seguimos siendo.
Aquellos pasillos, poco a
poco se agotan y se estrechan, y si no nos enteramos quedamos
atrapados, ahogados en una gota, perdidos en un, - yo lo intenté - .
Pero la vida da revancha, y
podemos entrar en un laberinto nuevo, en uno más claro, en uno más
obscuro. Y la vuelta es una justa recompensa que engaña, y cubre de
celofán de colores aquello que se nos fue negado, el tiempo perdido
y un sin fin de ocasiones, un millar de opciones que pasaron ahí
nomás.
Y cuando nos damos cuenta,
fuimos. Ya no hay más, el tarro está vacío, y, o nos quedamos con
lo mejorcito, o simplemente morimos solo.
~Enerone
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