Yo tenia cinco años cuando lo
encontré, el aún estaba ciego, llorando y tratando de sacar una
gota de leche de su madre, quien yacía muerta junto a él, recuerdo
que lloré mientras lo abrazaba, y protegiéndolo con mi camperita
lo llevé hasta casa. Es un cachorrito, le dije a mi mamá, quien con
cara de estupor pegó un grito y me dijo que lo llevara a donde lo
encontré, pero mi cara entristeció, y el corazón de la decidida
mujer se ablandó, permitiéndome tenerlo con la condición de
cuidarlo mucho.
Ese mismo día lo
llevamos al veterinario, estaba muy flaco y aun necesitaba de la
leche de su madre, según el hombre de la bata blanca, era muy
difícil que fuera a sobrevivir, ya que tenía moquillo y estaba
lleno de pulgas. Lo tomé en mi camperita y llorando volví a
llevarlo a casa, donde durante tres días y tres noches, dormí a su
lado, lo alimenté y lo bañé en lágrimas de desesperación en
algunos momentos en que el pobre se ahogaba. Al tercer día desperté
y no estaba, lo busque por todos lados y yo sabía que pasaba, seguro
se había muerto y mi madre lo quitó de mi cama para que yo no lo
viera, pero tenía que despedirme y cuando estaba por salir de mi
habitación, escuché un quejido que provenía del tacho de basura,
el cual se encontraba tumbado y allí estaba, el muy estúpido no
podía salir. Lo levanté y lo abracé con toda mi fuerza.
Al pasar el
tiempo comenzó a crecer, se estaba poniendo grande y fuerte. Éramos
inseparables, donde yo iba el venía conmigo. Un día me fui de
vacaciones y no pude llevarlo, recuerdo aún la alegría que tuvo
cuando volví. El fue mi fiel compañero, cuando yo enfermaba, él no
se movía de mi lado, ni siquiera comía. Un día jugando en la
calle, lo atropelló un auto. Durante una semana, no fui a la
escuela, no dormí, no hice más que estar a su lado y aunque quedó
un poco rengo, se repuso y siguió junto a mi. El tiempo pasó y con
el miles de aventuras que juntos vivimos. Recuerdo que pasaba horas
hablándole y estoy seguro de que me entendía. Cuando yo estaba
triste él se acercaba y apoyaba su cabeza en mi regazo, arrancándome
una sonrisa o una lágrima de lo más profundo del alma.
Un día me puse de
novio y lo dejé de lado, él estaba ahí, pensé y no me di cuenta
de lo que hacía. A medida que yo comenzaba a convertirme en un
hombre el iba envejeciendo a pasos agigantados. Hace unos días
llegué a casa y mi madre con lágrimas en sus ojos me dijo que
estaba mal, que se ahogaba. Desesperado me di cuenta de lo que había
hecho, corriendo fui a buscar mi vieja camperita, lo envolví y lo
llevé al veterinario, él me dijo que había que sacrificarlo, pero
yo no lo iba a permitir, de todos modos me dio una jeringa y un
pequeño frasquito, para que yo lo decidiera. Volví a casa y lo
llevé junto conmigo. Sus ojos se cerraban de dolor, se ahogaba, le
costaba tragar las pocas gotas de agua que yo le daba con una
cucharita. No me dejes le rogué durante tres días, pero ayer se
desesperó y en un segundo de calma me miró y me pidió que lo
hiciera, eso decía en su mirada, tome la jeringa y lo inyecte, y
mientras los minutos pasaban y sus ojos se cerraban entre pequeños
gemidos, una última mirada me dijo gracias. No te vayas grité, no
me dejes sólo, perdonáme, porque yo si te abandone, y ahora te
estoy matando. Y así luego de enterrarlo envuelto en esa camperita,
me encerré en mi habitación y mientras lloraba me dormí, al
despertar vi el tacho de la basura tumbado y sus pequeños alaridos
resonaron en mi cabeza, al ver en el interior, había un pequeño
cachorro, que mi madre había puesto, envuelto en un pequeña
campera, y así aprendí que para que todo tenga un comienzo todo
debe tener un final.
~Enerone
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