jueves, 25 de junio de 2015

Aborto Voluntario


¿Por qué?, ¿por qué a mi?, Dios no me puede hacer esto, soy muy joven aún para ser papá. La amo, pero bajo ningún concepto, voy a aceptar la responsabilidad de criar a ese pequeño, no estoy listo...

Cuando me lo dijo ya no supe dónde esconderme, le pedí que desistiera, que intentara por algún medio arrancarse ese quiste que podía arruinarnos la vida. Ella aceptó, fui a casa, tomé mis ahorros y se los entregué junto con una dirección que mi hermano me había dado, y así, abrazándola, entre miedo y desesperación, la despedí con una lágrima en mi pecho.

Sí, la dejé ir y en un incontrolable remolino de ideas fui invadido por el temor a la responsabilidad. Durante la noche mi vida se tornó en un infierno, que a través de sus llamas me mostraba un pequeño rostro, redondeado y calvo, que me miraba con fuego en sus ojos y lágrimas de amor y odio corriendo por sus mejillas, buscando con sus manitos abrazarse a mi torso. Sus llantos penetraban en mis oídos con la furia de quien desea vivir, pero todo a su alrededor se estaba quemando, y en un último grito se consumió en el oscuro vacío del limbo, donde por puro egoísmo lo condené a vagar por siempre en soledad.

En ese momento me desperté, y tan sólo una frase resonaba en mi mente, - maté a mi hijo!!. Me vestí con lo primero que encontré y me dirigí hacia su casa, pero ya se había ido, su madre me dijo que había ido a dormir a la casa de una amiga, pero yo sabía a donde estaba, desesperado comencé a correr, tenía que detenerla, decirle que me había equivocado, que no me condenara a vivir con ese acto criminal en mi conciencia.

Y allí la vi, sentada en la escalera, junto al portón de ese panteón de almas, donde tan sólo por dinero son capaces de la más terrible aberración. Me acerqué a ella, soñando y rogando que no se hubiera atrevido, pero al observarla pude ver un mar de sangre que partía de sus entrañas.

Ella levantó su cabeza y con lágrimas en sus mejillas me miró, y allí estaban, sí, allí estaban los ojos de mi hijo, la abracé, lloré y juré hacer lo imposible para que ella pudiera ser madre, pero sus brazos dejaron de apretar, su cabeza cayó sobre mi hombro, y sus ojos, a igual que los de esa criaturita, se cerraron por última vez. Y hoy entrecerrando mi mirada y acariciando el suave gatillo en ésta noche de hastío y soledad, en medio de sombras que me acusan y me declaran culpable, me vuelvo a preguntar, ¿por qué?, ¿por qué a mi?, Dios, ¿por qué me hiciste esto?

No hay comentarios.:

Publicar un comentario