viernes, 10 de julio de 2015

Perdóname hijo mío


Cuando nació, fue el mayor de mis orgullos, el pibe, el varoncito, que más podía pedir, yo que siempre le rogué al cielo para que no me diera nenas. Mientras lo tenía en brazos podía imaginar sus primeras palabras, cuando aprendiera a jugar a la pelota, cuando me contara de sus mujeres, cuando me dijera me "me caso" y hasta el día en que me pusiera a mi nieto en brazos. Y así, al grito de "felicidades es un varón", comenzó su vida como hijo y yo la mía como dichoso padre.

Mis sueños se estaban cumpliendo, lo escuché decir, papá, y mi corazón salto de mi pecho. Un día fui a verlo jugar al fútbol y aunque era medio tronco, se bancaba los golpes bien a lo macho, ese era mi hijo!!!!. En sus estudios era el mejor, en todo lo que hacia era bueno, sólo había una parte de mis añoranzas que no se cumplía, las mujeres no aparecían, ni una noviecita ni nada, y pensando que tal vez seria un poco tímido, decidí llevarlo a uno de esos lugares donde por buena plata, se podía conseguir una excelente psicóloga, va, lo llevé a un puterio. Así , que una noche le pedí que me acompañara, y lo llevé al mejor lugar de Bs. As.; al termino de una hora, mi sonrisa de padre realizado se borró al verlo salir llorando, y al sentir el abrazo de pánico e histeria que me dio.

Bajando la mirada, lo tomé y me fui, ambos volvimos a casa envueltos en un silencio sepulcral. Al llegar, corriendo se bajó del auto y fue a su habitación, mientras yo, con mi frente contra el volante derramé la primera de un millar de lágrimas. De golpe, mi hijo amado, comenzó a alejarse, y yo en un frío cubo de hielo, hice caso omiso; no quería saber nada, el más grande de mis anhelos había sido destruido, al menos en actitudes, pero los hechos no tardaron en aflorar.

El ya no decía a donde iba, comenzó a vestirse de forma rara y sus notas descendían velozmente. Una noche, desesperado, revisé sus cajones y allí estaban, si allí estaban, me había hecho feliz una vez más, eran preservativos, con el pecho hinchado bajé las escaleras y con una sonrisa socarrona, esperé en el sillón su llegada.

Cuando entró lo abracé con todas mis fuerzas, gritando ,"este es mi hijo!!!", pero sin anestesia me dio la patada más grande que recibí en mi vida, cuando me dijo que quería presentarme a su pareja y aún más contento abrí la puerta para encontrarme con un hombre. En ese momento fui invadido por el más absoluto sentimiento de asco y sin poder siquiera pensar eché a mi hijo, sí, lo puse de patitas en la calle.

A la semana recibí una carta suya que decía que se iba fuera del país junto con él; lo odié, no podía ser mi hijo. Discutí con su madre y también se fue. Y así seguí recibiendo sus cartas, cartas que nunca abrí, pero de a poco mi furia hacia él, fue desapareciendo, y se fue convirtiendo en ese sentimiento de culpa que se clavaba en mi conciencia, dándome cuenta que siempre sentí que yo lo empujé a irse, por mi egoísmo. Un día comencé a extrañarlo y al limite de la desolación me aferré a la bebida y así caí en lo más bajo, ya me había convertido en uno de esos viejos borrachos que lloran su pasado y le echan culpas a las calles. Pero un día en mi cumpleaños numero sesenta, Dios me dio un último regalo, cuando tirado en mi esquina al borde del eclipse, una fornida mano me levantó, y me dijo,. - Papá, papá, te encontré, sos abuelo.-, y entre lágrimas, me presento a su hijo adoptivo. Mientras me contaba que me buscó durante años, no hice más que pensar en lo estúpido que fui al marginarlo por el sólo hecho de no aceptar que mi hijo era más que libre de hacer lo que deseara, y aunque mi mano dejó caer la botella que me embriagaba y mis ojos no volvieron a ver la vida, mi alma descansa tranquila, porque sus oídos me llegaron a escuchar decir,.- perdóname hijo mío no sabía lo que hacía.

~Enerone

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